viernes, 29 de abril de 2011

Camino a los 50...





El sábado pasado fue mi cumpleaños número 49, aunque dado que mi número favorito es el 7 me gusta decir que fue mi cumpleaños 7 * 7 .

Fue un día bonito y tranquilo, que pasé rodeada de cariño y atenciones y que este año coincidió con el Sábado de Gloria.

Imposible no estar contenta si consideramos las manos amorosas de mi hija que me prepararon un delicioso almuerzo con postre incluido, la llamada llena de cariño de mi hijo, que me cantó y me hizo sentir que la distancia física entre nosotros se diluía, o el afan de mi esposo intentando que estuviera contenta. Contribuyeron también muchas muestras de cariño telefónicas o por escrito, y por supuesto que estuvieron presentes en mi corazón todos aquellos que ya partieron como mis padres, mis hermanos, y tantos seres queridos que estoy segura estuvieron también cerca de mí en este día.

Por la noche fuimos a celebrar la Vigilia Pascual a la parroquia y la viví con mucha alegría y gratitud en el corazón por cada día de vida que disfruto. En alguna ocasión les he comentado que soy optimista, pero ahora, intentando ser objetiva puedo decir con seguridad que el balance de mi vida es positivo, que las alegrías superan en grande a las tristezas, que intento vivir y disfrutar cada día que Dios me regala con gratitud, y quiero también agradecerles a todos ustedes que me acompañan en este camino bloguero, a quienes siento tan cercanos como si les conociera y con quienes comparto mis pensamientos y sentimientos.

En años anteriores hemos compartido un brindis o una tortita pero esta vez quería compartir algo distinto y esta mañana escuché la canción "La vida es un carnaval" de Celia Cruz y pensé que nada mejor que esta canción tan llena de alegría para compartir con ustedes, escúchenla y porque no, anímense a dar unos pasitos de baile a su ritmo!










miércoles, 20 de abril de 2011

Confianza plena...



Cierta vez, sucedió que en un pueblo el río se desbordó y el agua que avanzaba amenazando con destruirlo todo a su paso, se detuvo milagrosamente a la entrada del poblado sin dañar nada, sin lastimar a nadie.


El rabino del pueblo agradeció a Dios el milagro y El le contestó:


-La plegaria de Samuel me conmovió...



Fue el rabino a visitar a Samuel .


-¿Qué oración dirigiste al buen Dios el día en que se desbordó el río?- le preguntó después de agradecerle lo que había hecho por todos.


-No sabía qué palabras usar-dijo Samuel- , de hecho no tenía conmigo el libro de oraciones y tampoco hubiera sabido cuál elegir.....Así que recité el abecedario y le dije al Todopoderoso :


-"Aquí están todas las letras Señor, acomódalas y construye con ellas la mejor plegaria para pedirte que protejas a este pueblo."

viernes, 15 de abril de 2011

Celeste o gris?


"Los únicos interesados en cambiar el mundo son los pesimistas, porque los optimistas están encantados con lo que hay" José Saramago


"El optimista proclama que vivimos en el mejor de los mundos posibles; el pesimista teme que sea cierto" James Branch Cabell


"Optimista es aquel que cree que todo está bien menos el pesimista; y, pesimista, aquel que cree que todo está mal, excepto él mismo" Gilbert Keith Chesterton


"Un optimista ve una oportunidad en toda calamidad, un pesimista ve una calamidad en toda oportunidad" Winston Churchill


Pues si, por más que le doy vueltas al asunto no puedo más que comprobar que soy optimista. Y no quiere decir que no hayan piedras en mis caminos, o que los problemas no aparezcan de vez en cuando, pero mi naturaleza está "programada" para intentar verle a todo el lado positivo, para pensar que todo tiene solución, que nada puede ser tan malo, que de toda experiencia nos queda algún aprendizaje, etc, etc, etc.


¿Y cómo sueles ver las cosas tú?


¿Te consideras optimista?

miércoles, 13 de abril de 2011

Cuento del Espejo...




Había una vez en Japón, hace muchos siglos, una pareja de esposos que tenía una niña. El hombre era un samurai, es decir, un caballero: no era rico y vivía del cultivo de un pequeño terreno. La esposa era una mujer modesta, tímida y silenciosa que cuando se encontraba entre extraños, no deseaba otra cosa que pasar inadvertida.


Un día es elegido un nuevo rey. El marido, como caballero que era, tuvo que ir a la capital para rendir homenaje al nuevo soberano. Su ausencia fue por poco tiempo: el buen hombre no veía la hora de dejar el esplendor de la Corte para regresar a su casa.


A la niña le llevó de regalo una muñeca, y a la mujer un espejo de bronce plateado (en aquellos tiempos los espejos eran de metal brillante, no de cristal como los nuestros). La mujer miró el espejo con gran maravilla: no los había visto nunca. Nadie jamás había llevado uno a aquel pueblo. Lo miró y, percibiendo reflejado el rostro sonriente, preguntó al marido con ingenuo estupor:


— ¿Quién es esta mujer?


El marido se puso a reír:


— ¡Pero cómo! ¿No te das cuenta de que este es tu rostro?


Un poco avergonzada de su propia ignorancia, la mujer no hizo otras preguntas, y guardó el espejo, considerándolo un objeto misterioso. Había entendido sólo una cosa: que aparecía su propia imagen. Por muchos años, lo tuvo siempre escondido.


Era un regalo de amor; y los regalos de amor son sagrados. Su salud era delicada; frágil como una flor.


Por este motivo la esposa desmejoró pronto: cuando se sintió próxima al final, tomó el espejo y se lo dio a su hija, diciéndole:


— Cuando no esté más sobre esta tierra, mira mañana y tarde en este espejo, y me verás. Después expiró. Y desde aquel día, mañana y tarde, la muchacha miraba el pequeño espejo. Ingenua como la madre, a la cual se parecía tanto, no dudó jamás que el rostro reflejado en la chapa reluciente no fuese el de su madre.


Hablaba a la adorada imagen, convencida de ser escuchada. Un día el padre la sorprende mientras murmuraba al espejo palabras de ternura.


— ¿Qué haces, querida hija?, le pregunta.


— Miro a mamá. Fíjate: No se le ve pálida y cansada como cuando estaba enferma: parece más joven y sonriente.


Conmovido y enternecido el padre, sin quitar a su hija la ilusión, le dijo:


— Tú la encuentras en el espejo, como yo la hallo en ti.


Leyenda japonesa

jueves, 7 de abril de 2011

La alegría y la tristeza...


Siempre he sido muy aficionada a la lectura y no es raro que en mi mesa de noche descansen 2 o 3 libros esperando su turno para ser leídos.

Un libro que "descubrí" en mi adolescencia y me ha acompañado desde esa época es "El Profeta" de Kahlil Gibran. He recorrido sus páginas infinidad de veces y me solían gustar de especial manera los capítulos dedicados al amor y a los hijos. Ayer, ordenando mi estante lo reencontré y me puse a hojearlo, nuevamente me cautivó y hoy les copio el capítulo dedicado a la alegría y la tristeza:

Entonces una mujer dijo: Háblanos de la Alegría yde la Tristeza. Y él respondió:


Vuestra alegría es vuestra tristeza sin velo. Y de un mismo manantial surgen vuestra risa y vuestras lágrimas, no puede ser de otro modo. Mientras más profundo cave el pesar en vuestro corazón, más espacio habrá para vuestra alegría. ¿No es , por ventura, la copa que contiene vuestro vino la misma que fue fundida en el horno del alfarero? ¿Y no es el laúd que calma y serena vuestro espíritu la misma madera que fue tallada con cuchillos? Mirad en el fondo de vuestro corazón cuando estéis contentos; comprobaréis que sólo lo que os produjo tristeza os devuelve alegría. Y mirad de nuevo en vuestro corazón cuando estéis tristes: comprobaréis que estáis llorando por lo que fue vuestro deleite. Algunos de vosotros tenéis la costumbre de afirmar: “La alegría es mejor que la tristeza”; y otros: “No, la tristeza es un sentimiento superior”. Pero yo os digo que ambos son inseparables. Llegan juntos y cuando uno de ellos se sienta con vosotros a la mesa, el otro espera durmiendo en vuestro lecho. En verdad, estáis suspensos, como fiel de balanza, entre vuestra alegría y vuestra tristeza. Sólo cuando estáis vacíos vuestro peso permanece quieto y equilibrado. Así, cuando el que cuida el tesoro os levante para pesar su oro y su plata, será que vuestra alegría o vuestro pesar suban y bajen.
Kahlil Gibran

viernes, 1 de abril de 2011

La fuerza de la costumbre...



Desde hace algunos años, de lunes a viernes, suelo empezar mi mañana con una hora de ejercicios antes de ponerme a trabajar. Me ayuda con el estrés, siento que me recarga de energía positiva, me pone activa, me ayuda a conservar una buena salud y a disimular mi afición por los chocolates (mmmm!), en fin, me despeja!


Estos últimos días me percaté de que pese a realizar la misma rutina y dedicar el mismo tiempo, cada día que pasa requiero menos esfuerzo, transpiro menos y mi corazón se agita menos. Al principio no le di importancia, "está bajando el calor" pensé; pero analizando mejor las cosas (tengo esa manía!) descubrí que mi cuerpo y mi mente ya se habían aprendido la rutina a la perfección y lo estaba haciendo mecánicamente mientras mis pensamientos vagaban cómodamente por ahí.


Así que decidí poner manos a la obra e ir cambiando cada día el orden de los ejercicios, la intensidad, las combinaciones y el resultado no se hizo esperar. Mi cuerpo reaccionó, tuvo que hacer nuevos esfuerzos cada día y ahora intento sorprenderlo cada vez!


Esto me llevó a pensar cuan fuerte puede ser el poder de la costumbre en las cosas sencillas de la vida y también en las más importantes. Vamos asimilando a lo largo de la vida costumbres, rutinas, actividades, actitudes que poco a poco van formando parte de nuestro día a día, lo cual nos lleva a perder la ilusión y la capacidad de asombro, y ahí se quedan por siempre. Algunas son necesarias, agradables, otras simplemente se aposentaron ahí y ya casi ni nos percatamos de que están.


Creo que sería positivo de vez en cuando hacer una "revisión" e ir haciendo algunos cambios para no perder jamás el entusiasmo y las ganas de vivir!


Al respecto encontré este cuento zen que grafica muy bien de lo que hablo:



Un maestro zen y sus discípulos se reunían a meditar cada tarde. El gato que vivía en el monasterio corría de un lado al otro y los distraía de su práctica, así que el maestro ordenó que ataran al gato durante toda la práctica de la meditación. Cuando el profesor murió años más tarde, el gato continuó siendo atado durante la sesión de meditación. Y cuando, a la larga, el gato murió, otro gato fue traído al monasterio para poder tener un gato al que atar a la hora de meditar. Nadie se cuestionó el porqué, simplemente la costumbre quedó arraigada.
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